Era deprimente estar en ese lugar, el sentir la melancolía y la vida muerta hacían que mi malestar aumentara cada vez que trataba de buscar algo que no encontraba. Algo que me alegrara, algo que me satisficiera, algo que me hiciera sentir algo más que tristeza.
El cielo apagado, sin nubes, sin color y sin felicidad. Un día en el infierno. La maleza estancada entre los jardines de la casa abandonada, el tic tac del antiguo reloj situado en el estudio, hojas desparramadas por el comedor y una leve brisa entrando por la pequeña ventana de la cocina. Solo y exhausto alce la vista a las afueras de mi habitación y era todo tan extraño.
Pero yo seguía ahí, parado, esperando a que llegara ese algo que no venía. De pronto el tic tac del reloj cesó, las hojas de los árboles empezaron a escurrirse suavemente por la hierba húmeda y caían muertas en el lago que se encontraba allí.
Desperté agitado y con mucho dolor de cabeza. Era un sueño. Lo comprendí al instante. No podía existir tal paraíso, tanta soledad inmunda, tanta extrañeza. Me duche y me vestí lo mas rápido que pude para bajar a tomar la chocolatada, pero algo me puso tenso. Temía estar en el sueño. Me asomé a la ventana y pude ver que estaba en un lugar peor al de mi sueño.
La gente maldiciendo y protestando por el trafico que no avanzaba. Mucho ruido en la cuidad. Asesinatos, robos, pobreza, discriminación y guerra eran las palabras para describir aquel lugar. Di media vuelta para no seguir pensando en el lugar que me situaba y me di cuenta que prefería estar en el lugar de mi sueño, un lugar tranquilo con mucha soledad y sin nadie.
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