El retrato de Jesús más allá y la vela encendida más acá, no era casualidad de aquel malestar. El estante que guarecía a los vasos de aquel peligro inminente que iría a destrozarlos, más tarde, y el ritmo que seguía cada vez que chasqueaba la lengua contra mis dientes eran desesperantes. Me balanceaba sobre aquella silla descuidada que se situaba en la cocina pequeña mientras silbaba sin saber que lo hacía. Lograba escuchar perfectamente el siseo como el latido de mi corazón que de a poco se iba acelerando. Algo me inquietaba y no sabía que era.
Me levanté silenciosa y sigilosamente del respaldo del asiento y empecé a encaminarme hacia el estar donde había dos sillones, que si los unías formaban una especie de cama. Quería relajarme así que junte estos y me acosté. Entre rápidamente en el sueño que tanto anhelaba y finalmente comprendí todo. Vos eras la causa de mi asfixia. Quiero soñarte y no despertar jamás.
Me levanté silenciosa y sigilosamente del respaldo del asiento y empecé a encaminarme hacia el estar donde había dos sillones, que si los unías formaban una especie de cama. Quería relajarme así que junte estos y me acosté. Entre rápidamente en el sueño que tanto anhelaba y finalmente comprendí todo. Vos eras la causa de mi asfixia. Quiero soñarte y no despertar jamás.
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